Querido amigo:
Te escribo esta carta desde la soledad, y la oscuridad, que me acompañan en mi pequeña habitación. La intención que traigo con estas letras no es otra sino el poder plasmar en unas pocas líneas aquello que recordará toda mi vida; sí, has leído bien, toda mi vida.
Nací en tiempos muy difíciles, por aquellos años, las guerras hacían mella en todos los rincones del planeta, y sobrevivíamos como podíamos. Aún así, y a pesar de las dificultades, puede decirse que fui muy feliz. Sí, lo que lees, fui feliz. Unos padres que dieron la vida por mi, y por el resto de mis cinco hermanos.
Tuve muchos amigos en cada etapa de mi extensa vida, muchos, y muy buenos. Compartimos muchos momentos divertidos, y también momentos muy duros; pero para eso estamos los amigos al fin y al cabo.
Hasta que apareció ella, ese día el mundo dejó de ser mundo, y solo era un pequeño lugar, tan pequeño que se me hacía baldosa bajo mis pies cuando ella rozaba mi mano, o me daba un beso en la mejilla con sus suaves labios, jeje, sí, en la mejilla, porque en la época, ni pensar en algo más. A pesar de eso, era maravilloso tenerla a mi lado, reírnos, llorar, correr... Nos casamos y me dio lo más bonito y lo más grande, cuatro hijos fantásticos que, aún hoy, siguen a mi lado día a día, sobre todo después de que ella tuvo que abandonarme y dejarme sólo en este mundo que, de nuevo, volvió a convertirse en inmensidad, inmensidad sin ella.
Hijos que me dieron nietos, y ellos han vuelto a darme la risa y la juventud, y por eso escribo esta carta, para no olvidar nunca lo que tuve en mi longeva vida. Mucha alegría que, la enfermedad me está borrando poco a poco, como si de una línea escrita a lápiz se tratase. Mi vida ya no es mía, no me pertenece, es de ella, de la enfermedad. La maneja a su antojo, estoy a merced de su capricho, y no puedo hacer nada, simplemente esperar, esperar a que me lleve a encontrarme con la mujer que tanto tiempo me cuidó y mimó.
Pero da igual cuán duro pueda parecer, sé que he sido feliz, y aunque mañana no recuerde ni mi nombre, en este papel está reflejado todo aquello que fue parte de mi propia historia, de mi propio cuento, y que, mañana, me podrán leer y yo, como si de un niño pequeño antes de dormir se tratase, podré asombrarme con lo vivido por ese alguien que, en algún momento, fui yo mismo.
Me despido ya. Un abrazo y un saludo cordial.
21 de septiembre. Día Mundial del Alzheimer.
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