"Lo siento. No lo volveré a hacer. No sé en qué estaba pensando. Yo te quiero. Perdóname". Retumban estas palabras en tu oído, como el sonido de la palabra en una cueva. Duelen cada vez que las pronuncia. Pero te las crees.
Cuando lo conociste era todo maravillas, te cuidaba, te colmaba en atenciones, te demostraba que no había nadie más importante para sus ojos que tú. Te llenó los oídos de buenas palabras e intenciones, te engatusó, te llevó a su terreno...
Para cuando quisiste darte cuenta, ya estabas sola. Te separó de tu familia, de tus amigos, de tus estudios, de tu trabajo, de tu vida, de TI. Ya tú, no eras tú, eras él, de él y para él. No tenías sueños, ni ideas, ni pensamientos. No tenías ni palabra.
Borró tu historia, te despojó del pasado, te obligó a anclarte en el presente y a temer por el futuro. Llegaste a creer que sin él no serías nada, que no tendrías nada y no podrías hacer nada. Que eras inválida como persona. Dependías de él, de su dinero, de sus ganas, de sus actos, de sus miradas, de sus palabras.
"No salgas a la calle. No te vistas así. No te quiero ver con ella. No vas a ir a casa de tus padres. No salgas a la ventana." Tu vida era, toda ella, un pilar basado en el NO. Ya no eras NADA. Ya no eras NADIE.
Llegaron los hijos. Todo volvió a ser bonito. Creíste que había cambiado... pero todo era mentira. Una mentira que se encargó de desmontar de un solo golpe. Ese golpe que te destrozó la cara. Ese golpe que trajo, tras de sí, muchos más. Que te arrinconaban en la esquina de la cocina. Que te rompían el alma. No te dolía el cuerpo, no notabas, siquiera, la sangre correr por tu rostro. Sólo te dolía el alma.
¿Cómo mirar a tus hijos a la cara? ¿Cómo explicarles lo que estaba pasando? ¿Cómo explicarles lo que estaba haciendo papá?
"Puta. Guarra. Zorra. No mereces la vida. Me das asco". Siempre era lo mismo, y ya no hacían daño, ya te daban igual. Aguantabas como podías. Como podías te levantabas. Como podías seguías con tu vida. Ocultando al mundo las marcas.
Tuviste valor. Un día te fuiste. Cogiste a tus hijos y dejaste tu casa atrás. Corriste sin destino. Sin lugar fijo. Pero te encontró. Te encontró y te arrancó el último soplo de aire, el último suspiro, la última mirada. Esa última mirada que fue la de él, su cara, no podía ser peor el final.
Y ahí quedaste. Tendida en el suelo, sin color en la cara, con los ojos puestos en el infinito. Confirmando lo que tanto tiempo sucedía. Que tú, no eras tú, que eras de él, para él, eras él. Que sin él no tendrías vida. Que tú no tenías vida, tal y como te dejó, sin VIDA.
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Muchas mujeres mueren en manos de sus maridos, mueren por culpa del dichoso machismo. No seas tú la siguiente, evítalo.
25 de noviembre. Día contra la violencia de género.
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