Hablar de Cataluña en estos días es, sin lugar a dudas, hablar de su proceso electoral y el movimiento nacionalista que ha surgido con mayor fuerza a raíz de la crisis económica que estamos viviendo. El pasado domingo, los catalanes tuvieron en sus manos la decisión de su futuro, que pasaba por elegir a aquellos que son favorables al proceso de autodeterminación; por aquellos que son favorables a una consulta, pero sin llegar a más; o por aquellos que no comparten ese derecho de decisión, y que quieren mantener la 'unidad' de España a toda costa y a cualquier precio.
Los catalanes, por tanto, hablaron, y decidieron que sus votos irían más a favor del primer grupo. La sorpresa llegó con el batacazo que se le dio a quien, por mero oportunismo, quiso convertirse en la Libertad de la Revolución Francesa, en el Ghandi de la India, en el Luther King de los Estados Unidos, y se quedó en el intento. En el intento porque no lo supo gestionar, en el intento porque evidenció que su puesta al frente del independentismo no solo era un oportunismo, sino una baza fantástica para crear una cortina de humo ante su desastrosa gestión de una Comunidad Autónoma que deja casi en banca rota.
Los catalanes siempre han demostrado que su inteligencia política va mucho más allá de los que algunos piensan, y no se dejan manipular por cualquier personaje que diga "seguidme, masas, que os doy lo que tanto deseáis". El sentimiento nacionalista va mucho más allá, y no es una carta que ellos estén dispuestos a permitir que se use en un juego, como medio de coacción a un Gobierno central para conseguir el ajuste fiscal que demanda Mas y compañía. Si bien es cierto que el candidato de Convergencia i Unió (CiU) ganó al conseguir 50 escaños, no cumplió, ni por asomo, con las expectativas autocreadas, ni por las que generaban las encuestas. Esquerra Republicana per Catalunya (ERC) absorbió gran parte de esos votos fugados de CiU, de un electorado tradicional de ERC, pero desencantado con el partido en las elecciones anteriores, es decir, que el río ha vuelto, en cierta forma, a su cauce, si bien es cierto que también ha recogido frutos de la caída del Partido Socialista de Cataluña (PSC), que sufrió una caída menor de lo esperada, pero que demuestra que el Gobierno de Zapatero en el país, y el tripartito en la Comunidad, siguen pasando factura a los socialistas.
Otro de los grandes beneficiarios ha sido Ciutadans de Catalunya, que han visto favorecido su crecimiento a lo desafortunado de Mas y al mal planteamiento de la campaña electoral de éste, adquiriendo unos cuantos escaños de más, en relación a las elecciones de hace tan solo dos años. Sin embargo, el Partido Popular (PP), se ha mantenido en su posición, una mala noticia, sin duda, para aquellos que veían en las ilusiones de Mas y el descalabro del PSC su gran oportunidad para pegar el estirón como gran partido en Cataluña, que al final, se les quedó en nada.
En definitiva, unas elecciones donde el espectro político del Parlament no ha variado con respecto al anterior, pero donde el nacionalismo se ha hecho más fuerte, eso sí, no con aquellos que querían ser abanderados de una libertad que nunca han compartido del todo.