El Consejo de Ministros ha aprobado hoy la nueva ley educativa del ministro Wert (Ley LOMCE), una lucha constante del propio ministro en su 'afán' y empeño en que la educación española necesitaba, sí o sí, una reforma.
Cierto es que nuestro sistema educativo no cosecha buenas cifras en cuanto a los resultados obtenidos por los estudiantes en comparación con nuestros vecinos europeos; pero aumentar la ratio de alumnos, aumentar las horas lectivas, subvencionar los centros privados, aumentar (o pretender aumentar) las horas de religión, incluso dinamitar la política de inmersión lingüística en aquellas Comunidades Autónomas que tienen lengua propia no favorece que esas cifras de resultados que tanto obsesionan a los políticos mejoren.
Recortar en becas, en profesores, aumentar las tasas universitarias y, sin embargo, subvencionar a los centros de educación privados es un doble juego de moralidad. Pretender una educación en la que los alumnos estén separados por sexos; donde la religión obtiene un papel protagonista en un país aconfesional, es doblegarse al estamento clerical, volver a un sistema educativo de la España pre-constitucional y, por ende, hacer de la ideología bandera de gobierno. Es muestra evidente de la ceguera y la torpeza con la que gobierna quienes están al mando del país.
'Españolizar' no es mejorar la educación. El peor remedio para la convivencia pacífica entre las comunidades, con una sensibilidad agudizada en su nacionalismo, con el resto de las comunidades es el de pretender superponer (o imponer) una lengua sobre otra; una cultura sobre otra; un modo de ver la vida sobre otra.
Tras la aprobación de esta Ley, se entierra una educación libre, si impone la ideología y la fe y, desgraciadamente, no se piensa en quien de verdad merece toda la atención, los alumnos. Estamos hablando de su formación, de lo que serán mañana gracias a lo que aprendan hoy. Si lo que reciben hoy no es de calidad, no obtendremos una sociedad futura de calidad.
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